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Ante los recientes apuntes que me acusan de cierta densidad compositiva no quisiera dejar pasar la oportunidad de reivindicar mis recientes participaciones en este espacio. Sí, tengo cierta tendencia a la parrafada, especialmente si mis supuestos colaboradores de blog, animadores potenciales, y sólo potenciales, de esta página, me dejan semanas enteras para darle vueltas a los temas. La culpa es vuestra, yo sólo me veo dominado por mi naturaleza inquisitiva y algo pesada además de por mi incapacidad para el resumen.

Y en resumen, me escriban más y así yo escribiré menos y tendré excusas para dar estocadas más breves y afiladas. En cualquier caso, aquí les dejo una urna.

Con estas palabras (un guiño a los seguidores de Friends) doy por estrenada mi participación en el espacio Dar Cera Pulir Cera, que si leen entradas anteriores (y no se duermen en el intento) sabrán de qué va esto.

Por dejadez o por torpeza, no entraré ahora en este debate, no había escrito nada hasta el momento pero quiero comenzar haciendo una mención a todos aquellos que entraron (y espero aún entren) en este blog buscando carnaza fácil a disposición de cualquier predador y a cambio, se encuentran con debates político-económicos de esos que se oyen en las barras de bar a la hora del quinto.

Me gustaría hacer un llamamiento a la cordura y a la sensatez. Si, seamos sensatos, porque de seguir asi la cosa, no es que no nos vaya a leer nadie (que con eso ya contamos) es que no nos van a leer ni nuestros allegados, que dicho sea de paso, siguen ansiosos de intercambios de prosa de alto nivel, de esos que anteriormente se han dado por mail y que tan buenos momentos nos han regalado.

Por eso, hago una llamada a la reflexión, a la calma y al optimismo. Aún podemos reconducir esto y convertirlo en aquello para lo que fue creado.

Ale, aquí os dejo un poco de cera para que la vayáis puliendo.

Estos días la gente se entretiene hablando de economía. Esto es como cuando escuchas al taxista hablar de física nuclear. Supongo que habrá taxistas con el título de Ciencias Físicas o con una intrépida y admirable curiosidad por estos temas pero, en general, cuando tu taxista te habla de economía o de física es como oír hablar del sexo de los ángeles, sólo se escuchan chorradas.

Ya he escuchado en varias ocasiones lo de que, si lo que falta es dinero para prestar, porqué no imprimen más billetes los bancos centrales. Cualquiera se pone a explicar los conceptos de liquidez o inflación a gente de más de cuarenta años que no ha encontrado en ese tiempo un rato para entender cómo funciona el mundo que les rodea. Pero el caso es que hay un tema que también he oído mencionar estos últimos días y que me da más ganas de escribir. Una de las bases del plan de rescate (aunque no lo llamen así) de nuestro Gobierno es vender deuda pública para comprar activos de los bancos que no tienen salida en el mercado a pesar de tener buenos ratings (conviene mencionar que hay muchos activos financieros por ahí con ratings de triple A que están respaldados por estupendas hipotecas «subprime»). Ante esto ya he escuchado loar en algunos sitios la gran credibilidad que tienen los Estados ante los inversores en estos momentos de crisis, mientras que nadie con dinero en el bolsillo parece querer fiarse de bancos y empresas.

Pasemos, pues, a analizar por qué los Estados son más creíbles que una empresa cuando se trata de prestarles dinero a interés. Pongamos el caso simplificado de una empresa que busca financiación para un proyecto. Para ello tendrá que conseguir un crédito respaldado por una buena cantidad de bienes, además de presentar un proyecto que el banco o el inversor particular pueda valorar. A pesar de todas las precauciones, y debido a lo volátil del carácter humano y la economía, todo proyecto es susceptible de fracasar, con lo que el inversor puede perder parte de su dinero en vez de recibir los beneficios que esperaba.

En el caso de un Estado, el dinero que pagará la devolución del crédito con sus respectivos intereses no depende del éxito en el mercado de una empresa sino de los impuestos que ese mismo Estado cobra a sus ciudadanos. Y no creo tener que recordarle a nadie lo que le puede pasar a un ciudadano corriente si deja de pagar sus impuestos.

Así que esa es la diferencia que da más credibilidad a un Estado frente a una empresa a la hora de devolver un préstamo. Una empresa no te puede poner una pistola en la cabeza para le compres sus productos y poder devolver el dinero, un Estado puede y lo hace. Claro que eso se basa en la teoría de que los Estados no quiebran, cosa que quien sepa algo de historia podrá decir que no está tan clara.

Alguno diría que la dignidad pero buena parte de ustedes, queridos lectores (uso el plural con prudencia), la perdió hace demasiado tiempo. La sabiduría popular nos enseña que la esperanza debe ser la última cosa que perdamos pero, ¿puede la sabiduría popular equivocarse? Obviamente sí, lo hace constantemente, y no hay que olvidar que popular y populacho tienen la misma raíz así que mejor no fiarse de lo que diga la mayoría porque la mayoría suele estar equivocada. Y por mucho.

En este caso mi pregunta es la siguiente: ¿se debe perder antes la esperanza o la fe? La verdad es que el diccionario no ayuda mucho, en la definición de los términos, a la hora de explicar mi pequeña duda así que voy a dar lo que entiendo es una definición de andar por casa y con bastante sentido común de lo que entiendo por esperanza y fe para que podamos discutirlo a gusto sobre premisas bien claras. Digamos que:

a) Tener esperanza implica creer que algo saldrá según esperamos basándonos en la probabilidad que, según nuestra propia experiencia, tienen de darse ciertos acontecimientos.

b) Tener fe implica creer en lo que no se ve y está, por tanto, más allá de nuestra experiencia de los hechos.

Dado lo cual entiendo que antes debería perderse la esperanza que la fe, puesto que la esperanza puede rendirse cuando lo hechos, testarudos, nos la niegan, pero la fe, al menos la de los creyentes serios, es inmune a la realidad. Reconozco que mi definición de fe es de orden religioso, de ahí su absolutismo, y que con una definición algo más laxa la diferencia no estaría tan clara, pero como vivimos, según decía Cioran, en el ojo del cíclope del catolicismo, me permito esta licencia. Su turno.

P.D: Como curiosidad diré que todo esto deriva de un comentario de una compañera de trabajo tras ver un power point de esos que circulan por internet sobre «en qué piensan los hombres» o algo similar (yo no llegué a abrirlo ya que, a pesar de lo que muchos creen, tengo trabajo). Para que vean que de esos mailings absurdos a veces salen cosas aún más absurdas.

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