En realidad no me gusta la Navidad. Me da mal rollo, yuyu, me escama, vamos, que me pone de una mala leche preocupante. Creo que lo único bueno y decente de esta época del año es la paga extra, el que la tenga. Y si hay algo que me jode sobremanera de estas fechas son las cenas en grupo. La de la empresa, la de la gente del departamento, la de los conocidos que se creen amigos… Una forma absurda de gastarse el dinero para celebrar que llevas un año más viendo las caras a la misma gente y de que tienes aún más ganas de dejar de verlos que el año anterior. Y encima la gente se emborracha, y es muy gracioso, y la gente baila y deben de ser las cenas en la que menos alcohol mezclo con mi sangre porque me conozco y lo mismo mandaba a alguien a la mierda y entonces lo mismo sí que empezaba a gustarme la Navidad.

Al menos este año mi empresa ha suspendido la comida navideña a la que, de todas formas, últimamente no me molestaba en ir. Y como en mi departamento saben que soy un borde y un sociópata no se toman a mal que no vaya a la suya. Sólo me queda la de los amigos del trabajo. No tengo nada en contra de ellos a pesar de ser amigos míos pero tampoco me apetece demasiado cenar con la misma gente con la que como para comentar las mismas cosas que comentamos cada jodida mañana de cada jodido lunes de cada jodida semana del año. Con suerte hablaremos de fútbol y alguien se emborrachará o bailará y aún acabará siendo un rato medio decente. Y lo mismo mando a alguien a la mierda, que todo puede ser.